Dark World Circus Hetalia
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A quien le quede el sayo, que se lo ponga ( priv Arthur y Françoise)

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Mensaje  Arthur Kirkland Jue Sep 01, 2011 6:03 pm

Sintió el bajar de los labios ajenos por su mejilla como un rio frío en un desierto. Esos labios húmedos que sentía sobre los suyos le daban un frescor indescriptiblemente grato que duró unos breves segundos, antes de que su cuerpo afiebrado calentase el contacto, atibiándolos. Contestó a ese beso torpemente, sin pensar. Al final, antes de darle tiempo a la francesa de responder, deslizó su rostro por el de ella, hasta llegar a su cuello y allí se re3fugió, sin poder hacer, decir o pensar nada. Su espalda ardía al igual que su frente. Sus gemas se ocultaron tras sus cortinas pálidas.

En esta posición esperó a que la lluvia pasase. Intentó contar los relampagos, pero cada vez le costaba más recordar el número en que quedaba anteriormente. Creyó sentir un abrazo, mientras en su mano sujetaba tiernamente a su hámster, sin apretar demasiado. En algún momento su mano tocó el suelo y no pudo sujetar más el agarre, pero no razonó para notar que el animalillo ya no estaba allí. Recordaba palabras salidas de su boca, pero nada en concreto. El peso del traje de mago le arrebataba el calor, formando una especie de escudo a sus espaldas de calor que no lo ayudaba en nada.

Una sed comenzó a invadirle cuando su saliva comenzó a espesar. El hambre ya era un recordatorio lejano en su estómago y el frío ya no le importaba. En la espalda, a la altura de los pulmones, sentía una presión.

Cuando la fiebre bajo, se vió acostado en una cama. La luz débil de la lampara del cuarto de utilería era destronada por la de una lámpara encendida a su costado, cuya pantalla evitaba que la luz le lastimase los ojos. No supo en que momento abandonó la habitación en que se guardaban los ropajes del circo. No recordaba haber caminado hasta allí. No sabía donde estaba. En un momento la lluvia, que parecía haber disminuido, comenzó a golpear nueva e intensamente contra el vidrió de la ventana que tenía enfrente. No pensó en la vida delicada de aquel roedos que le pertenecía ni se dió cuenta que éste había escapado de su mano hacía rato.

Pero recordaba un aroma. Un aroma entre los que se distinguía el de la pera, su fruta preferida.

-Françoisse...-

Volvió a dormirse entre el rugir de la tormenta y esas sábanas blancas, blancura conservada "a pesar de todas las adversidades"
Arthur Kirkland
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Mensaje  Françoise Bonnefoy Miér Sep 07, 2011 1:35 pm

Oyó la voz del británico susurrar algo, lo que hizo que alzara la cabeza en un santiamén, encontrándose con los ojos nuevamente cerrados de Arthur. Suspiró y se balanceó en su silla, cuidando no hacer algún ruido que molestase al inglés. Dejó caer cuidadosamente una rodaja de pera en el recipiente que descansaba sobre su regazo, sin perder de vista al británico. Apartó aquel recipiente con fruta fresca de sí misma y se levantó de la silla para agacharse y recoger el paño húmedo, frío, que se hinchaba con el agua. Lo estrujó con cuidado y se acercó a la cama. Parpadeó lentamente al secar con su pañuelo el sudor que humedecía el rostro del joven, para luego dejar en un movimiento cuidadoso el paño sobre la frente caliente del inglés. Realmente estaba preocupada por él, y por un momento había pensado que podría alimentarlo con aquella pera jugosa cuyo jugo aún resbalaba por su brazo. Volvió a su silla, dispuesta a dormir allí si es que el sueño le sobrevenía, y si eso no ocurría, se desvelaría en el cuidado del oji-verde.

- Si supieras cuánto costó traerte hasta la cama… - Suspiró la francesa, apoyándose en uno de los brazos de la silla con total tranquilidad, recordando ese momento de aquella manera. Cómo había tenido que dejarlo a su suerte durante los largos segundos en los que corrió en búsqueda de alguien que la ayudara a llevarlo a un lugar mejor. Su alegría al lograr hallar a aquel simpático domador que no se hizo de rogar para auxiliarla en la dura labor de trasladar a Arthur, y su satisfacción al tenerlo en cama de una vez, y poder cuidar de él de modo tan esmerado.

Miró con cierta ternura los trozos de pera, picados y pelados, aguardando a ser comidos, prometiendo su total dulzura a la causa. De veras quería ayudar a Arthur, y ese era el mejor modo en el que podía demostrar cuán preocupada por él estaba. Distraída, esperando alguna señal, se llevó un trozo de pera a los labios, lo mordió y lo saboreó. Tan dulce como era de esperarse.

(Continúa acá~)
Françoise Bonnefoy
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