Cuando no despiertas en tu cama (priv Françoise y Arthur)

El sol comenzó a traspasar las ventanas de la cabaña en la que vivía Françoise. Arthur dormitaba en la cama de un compañero italiano de la chica, sobre uno de sus costados, dandole la espalda a la cama de la francesa. En aquella habitación compartida había encontrado un refugio temporal; la mujer le había asegurado que sus compañeros no regresarían en toda la noche y así fue. El británico sintió el calor de la cama y tenía pereza de levantarse. Una leve sonrisa se dibujaba en su rostro."Necesito una cabaña propia. Maldita administración, obviamente no hacen su trabajo", el pensamiento logró borrar un poco su sonrisa y devolverlo al presente. Vestía unicamente con unos boxers y una camiseta y sabía que sus pantalones de seguro estaban tirados a los pies de la cama. Sentía la necesidad de irse pronto, pero se sentía demasiado a gusto. " Pero no sé como reaccionará el dueño de la cama ni a que hora llegará". Que mal, no quería levantarse. Tras unos minutos se estiró, aún acostado produciendo un gemido de placer y giró la cabeza para ver si la amable francesa continuaba durmiendo.
"¿Habrá sanado su herida?"

Bostezó sin hacer ruido, buscando no despertar al inglés si es que estaba dormido, o hacer que pensara que aún seguía dormida si era que ya había despertado. Luego, apoyándose en la cama y mirando las almohadas, se estiró un poco, desvió la mirada hacia la cama perteneciente a Lovino y se sentó en su propia cama. Con cuidado, y en total silencio, apoyó sus pies en el suelo de tibia madera, y se levantó. La rodilla no le dolía para nada, pero en vez de quitarse las vendas para cambiarlas por otras o examinarse la herida, caminó hacia la cama en la que el inglés parecía estar dormido. Estiró los brazos antes de alzarle las sábanas, buscando meterse junto a él en la cama, pero sus ojos se toparon con los verdes del joven, y una oleada de desagradable vergüenza hizo que sus mejillas se sonrojaran.

- B-Bonjour... - Murmuró sintiéndose poco más que descubierta. Su corazón se aceleró, y ella pensó que por un segundo se había detenido. Tan asustada estaba. - P-Pardonnez-moi...

-Ahhh... Good Morning!- Se dió la vuelta rápidamente, para quedar de frente a la Francesa y se echó hacía atrás, donde aún podía ocultarse entre las sabanas. Su vergüenza superó a la de la Francesa. Miró con asombro aún en los ojos a la chica. ¿Había visto su tatuaje? No, estaba seguro de que la camisa lo tapaba bien. Estaba orgulloso de el, pero no quería explicarle a un francés el por qué de su existencia. ¿Lo habrá oido gemir? Si era así, podía escusarse apelando a que es algo normal cuando uno se estira tan placenteramente."¿Que rostro tengo? No me he peinado y recién me desperté" Estaba seguro de que su despeinado cabello debía ser una burla para una persona que lucía tan bien recién levantada. "Pero no puedo hacer nada, es la almohada la que me despeina" Sabía que eso no era del todo verdad; él se retorcía mucho en sueños,por lo que amanecía despeinado. A veces hablaba y se reía. Un pensamiento lo asaltó "Anoche... ¡Anoche! Arthur idiota ¿cómo se te ocurre? Pero si fue sólo un sueño. Oh, God ¿Y si dije algo?" El recuerdo de su sueño lo atormentaba, a pesar de que éste en sí no era desagradable, pero soñar con una mujer que conoces desde hace algunos días... "Es que es demasiado bella" Arthur miró con tormento a la chica, esperando su accionar.

Al notar que el británico se alejaba un poco de ella, llevándose buena parte de las sábanas con él y dejando un espacio suficiente en la cama, se metió allí con un bostezo corto. Tomó el extremo de las sábanas y se cubrió hasta la altura de los hombros. Cerró los ojos y dejó que sus piernas se acomodasen a su gusto mientras se recostaba, dejando que su cabeza reposara en la almohada.

- Ah... ¿No te molesta si me quedo aquí...? Huele bien, y... Aún tengo sueño~ - Perezosa, abrió con suerte un ojo mientras murmuraba. Ese mismo ojo que se había abierto se cerró luego, casi inconscientemente, y la francesa volvió a suspirar, a respirar hondo, sintiendo el aroma del británico recorrer su cuerpo gracias a la sábana. Aquel calor tan ajeno y tan cercano, presente aún en la tela, se le hizo exquisito, y no quiso salir de la cama. - C'est délicieux, bonbon anglais~ - Murmuró más para ella que para él, con sus ojos completamente cerrados, y estrechando la almohada contra su cuerpo, de modo que ésta tomara la forma de sus curvas... Su cintura, su busto, quedaron marcados en la almohada que poco a poco se iba impregnando con su propio aroma dulce, a flores y frutas.

Cohibido por la cercanía de la muchacha, se alejó de ella lo más posible, pero al notar que volvía a dormitar, se le acercó. Hundió con cuidado su nariz en aquel cabello, y aspiró su suavidad. “Such and idiot! ¿Desde cuándo la suavidad tiene un olor?”. Desde ese momento, aunque Kirkland lo negara, para él la suavidad tendría el olor de Françoise y la calma, su ronroneo al dormir. Quería abrazarla, pero tuvo miedo de que ella se enojase. ¿La conocía de alguna parte? Le era extrañamente familiar. Como una presencia que esta cerca de ti pero no puedes ver. Como aquella joven que siempre estuvo al lado del hijo que provocó su muerte. ¿Cuánto tiempo llevaba sin recordar a ese espíritu? Se avergonzó de si mismo por no haberlo hecho desde que dejara su pueblo natal. “Pero no es mi culpa no haberla conocido.” Su excusa le sonaba simple y posible. Esperó unos minutos mientras pensaba, y cuando pensó que la mujer dormía, abrazó su cintura con cuidado. Reposó su peso en la cama y se relajó un poco. Se sentía tan bien acariciar a alguien, pero sus manos no se atrevieron a hacerlo. La última vez que le demostraron cariño, al menos antes de Françoise, fue su bajista muerta, y de un modo bastante distinto al de la francesa. Pero la chica igualmente lo había cuidado. Apretó la mano posada sobre su acompañante intentando encontrar un apoyo, un piso sobre el que pararse. Un calmante con el que intentaba llenar aquel espacio dentro de él que gritaba por un poco de cariño, ya fuese del de una madre, de un hermano, de una amante o de una amiga. Quería sentir el abrazo contra un pecho que le ofreciese consuelo. Por una vergüenza pasada, por la situación de muerte en la que vivía, por alguna pena ridícula o por un miedo injustificado. Con la mano sujetando firmemente la cintura de la gabacha, se acercó un poco más a ella, hasta poder sentir el calor de su cuerpo atravesando la delgada camisa.

Se mantuvo despierta simulando, claramente, estar dormida. Pareció que el inglés no se había dado cuenta de su pequeño truco, lo que era notorio al sentir su respiración en su cabello, y luego su mano en su cintura. Esperó pacientemente hasta que le abrazara más fuertemente, o que la acariciara, pero ninguno de esos movimientos se hizo presente. Respiró profundamente, y al sentir que al fin se acercaba a ella, intentó lucir desaliñada, removiéndose con cuidado en la cama, con ojos perezosos y entrecerrados, hasta que su mirada al fin se posó en el rostro del inglés. Sus manos fueron suaves con el británico, buscando acariciar su mejilla delicadamente. Luego, sin palabras, sólo con un suspiro, sus labios se acercaron a esa mejilla, besándola con cariño. Sus manos se apoyaron sobre el torso ajeno, buscando acercarse aún más a él. Quiso decir algo, pero al abrir sus labios para hablar, se arrepintió y simplemente le abrazó, volviendo a besarle la mejilla. Cerró los ojos y apoyó la cabeza en el hombro del británico.

Inocentemente pensó que la muchacha actuaba sonámbula y la dejó hacer. Sintió sus besos en la mejilla, para nada provocativos, simple y deliciosamente cariñosos. Se dejó encantar por el aroma de su coronilla, donde podía adivinar un leve remolino, aquel que, por tener el cabello largo, no se notaba. Se acomodó un poco más en la cama, dispuesto a seguir durmiendo con aquella sensación de amor fraternal, aunque sólo se tratase de una ilusión. Aunque no fuese más que una suerte de desliz de los dos. Posó sus labios en el rubio remolino en un beso suave y eterno. Cerró sus ojos, despreciando la posibilidad de que él italiano llegase y, al verlos, confundiera todo.
Con el calor que su cuerpo y el de Françoise creaban, se durmió.