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Melodía del Mediodía [Privado ~ Arthur]

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Mensaje  Françoise Bonnefoy Vie Oct 21, 2011 2:30 pm

Llevaba dos días fuera de su cabaña, y su cuerpo ya estaba amoldándose a un nuevo ritmo. Apenas salía de la caravana de aquel gitano que la había acogido para buscar algo de comer, ensayar y regresar a la cama. Se sentía débil desde aquel funesto día en que cuidando al británico, había terminado por huir de su lado. ¿Y cómo no, si él la había rechazado? La ira aún hacía mella en la francesa, y los ataques de furia la invadían tan a menudo como los ataques de pena.

Iba a un lado entre lágrimas, y luego al otro quejándose y a punto de estallar. El gitano que la acompañaba parecía lo suficientemente paciente como para esperar que la noche llegara y así también su recompensa le fuese entregada.

Françoise se entregaba a cambio de un lugar en el cual pudiese dormir y gritar del dolor y el odio que mezclados causaban tantos efectos repentinos en ella, y por eso aquel moreno la aguantaba con todas sus rabietas y esos sollozos desgarrados que soltaba su garganta cuando se veía atormentada, inundada por las lágrimas. Ella intentaba contenerse, pero por la noche, sus gritos, sus pesadillas se volvían peores, en un inevitable crescendo. Por eso se entregaba fácilmente a los brazos fuertes y tostados del joven que la acogiese cuando estaba desprotegida, sólo cubierta por una sábana blanca, la que ella tanto esmero ponía en cuidar. Quería olvidar al rubio de ojos verdes cuales esmeraldas, y volver algún día a su cabaña sólo por su equipaje. No pasaría ninguna noche más en ese lugar, pues pediría la semana entrante una cabaña apartada, exclusiva para ella y quizá alguien más, siempre que no fuese ese británico.

Y no dejaría que él se le acercase, que la observase o que la tocase. Él ya había perdido todas sus oportunidades con ella.

Tarareando una canción alegre, para esos momentos en los que la tristeza amenazaba con apropiarse de su cuerpo y hacer que las lágrimas brotasen de sus ojos violetas, caminó fuera de la caravana. Un vestido simple, que Lovino le había traído, sus pies descalzos para recibir los generosos rayos de sol que a esa hora se mostraban, su sombrero blanco, el que había pedido a Joseph traerle, y una trenza muy sencilla, larga, que caía sobre su hombro derecho, eran lo que lucía a pleno sol.

Una canasta con ropa sucia que llevaba en sus brazos, parecía llena hasta el tope. Obviamente iba a lavar todo eso en el riachuelo que pasaba cerca de allí, pero sus ojos tristes se perdían en la multitud, como si su alma estuviese perdida, buscando a alguien que no podía olvidar tan fácilmente como hubiese deseado. Un nombre escapó de sus labios, y se detuvo. Dejó que la canasta cayera al suelo para secarse las lágrimas en silencio. ¿Por cuánto tiempo más seguiría así, deseando tenerle cerca al tiempo que lo detestaba por sus palabras frías, por su rechazo? ¿Era quizá esa la razón de su amor por él: su rechazo?
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Mensaje  Arthur Kirkland Miér Oct 26, 2011 6:13 pm

Llevaba de las riendas a Critao. La pegaso no usaba una silla de montar y su pelaje –el que podía verse- estaba lustroso después de que el mago se dedicase a acicalarlo, mas ahora, entre los árboles de aquel bosque y la humedad del ambiente, leves motas de polvo suspendido en el aire se depositaban tranquilas sobre el lomo y la grupa del animal. Las crines negras también habían sido cepilladas, como si Arthur esperase que la apariencia del caballo alado atrajese a aquella que tan bien se comunicaba con él.

El rubio inglés caminaba delante, en silencio. Su respiración y sus pasos, junto a los del animal, y el movimiento molesto de las alas de éste contra la tela que las mantenía apegadas al cuerpo eran lo único que se escuchaba: los pájaros parecían haber desaparecido en imitación a aquella avecilla que dos días atrás lo había dejado rumiando su rabia sorda y su arrepentimiento.

En un alto que realizó el británico para revisar que el suelo tapizado de hojas que se extendía frente a ellos entre los árboles no escondía piedras filosas, la majestuosa bestia intentó retirar con sus dientes aquella “camisa de fuerza” que impedía la libertad de sus alas, pero pronto el inglés la sostuvo por las riendas y la obligó a detener sus intenciones. La miró directamente a los ojos entonces, pensando en que el animal parecía comprenderlo en la serenidad de éstos.
-Don’t do that! Lo único que conseguirás será lastimarte contra las ramas. ¡No es como si me preocupe lo que te suceda, eso es asunto tuyo!- Sus ojos preocupados, mostraban su preocupación no solo por el caballo alado, –en oposición obvia a sus palabras- sino también por la mujer que no había encontrado ni en las prácticas, ni en el comedor, ni el en escenario. Ni siquiera en la cabaña 2, cabaña en la que vivía.

Ni tampoco en la cabaña a la que debería llegar una vez se enterase que la administración del circo al fin se había acordado de su existencia y le había hecho entrega de las llaves de la cabaña número 5, junto a otro conjunto que debía entregar a su compañero de cuarto.”Y adivinen. ¡La rubia tenía que ser!

Era casi una comedia; luego de pelearse con la gabacha, fue llamado a las oficinas de administración para recibir las llaves de su hogar y un par extra que debía entregar a su compañero. Y al preguntar de quien se trataba, le habían respondido, como si fuese lo más obvio de Britania: “la voz del circo.”

Milady” fue lo que pensó en el primer instante en británico, para luego tratar de explicar que eso era imposible, que no podría convivir con esa… mujerzuela, que no podría dormir tranquilo.

Fue inútil, casi, casi, CASI, como si quisiesen verlos pelearse como una actividad recreativa.

Ahora se dirigía a un punto específico del bosque, uno en el que nadie lo viese ejercer su arte y en el que no existiese corriente de aire alguna que malograra su búsqueda. Un lugar libre de los cambios de presión atmosférica –o lo más libre que pudiese ser- entre los muros musgosos de los troncos arbóreos.

Continuó su camino en silencio hasta llegar a una gran piedra húmeda que servía de resguardo para su espalda y que dejaba un claro pequeñísimo en el que sólo unos rayos de sol penetraban, burlando las frondosas copas de los árboles que rodeaban aquel espacio.


Última edición por Arthur Kirkland el Jue Nov 24, 2011 7:30 am, editado 1 vez
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Mensaje  Françoise Bonnefoy Miér Oct 26, 2011 7:42 pm

Ya pasados unos segundos de calma, en los que la multitud la ignoró, pasando por su lado sin decir una sola palabra, Françoise se arregló el sombrero, recogió su canasta y continuó su camino hacia el riachuelo cercano. Sus pasos fueron silenciosos en aquel gentío, donde los artistas callejeros eran más que frecuentes, donde los gitanos adivinaban la suerte en cada rincón y donde las bebidas alcohólicas eran traficadas a plena luz del día. Ese era el mundo en que la francesa se estaba guareciendo de aquello que le hacía daño y que, de un modo u otro, no podía ignorar. Y el silencio de sus pies se debía claramente a que estaba descalza.

Poco a poco, la gente comenzó a hacerse poca mientras se alejaba hacia el riachuelo, llevando la canasta a la altura de sus caderas. El peso se iba acrecentando a medida que avanzaba, causado este efecto por cargar la canasta durante un buen tiempo. El bosque se había hecho grande al avanzar, y ahora que estaba mucho más cerca del riachuelo, la rodeaba casi por todas partes, dejando a sus espaldas una única ruta de regreso a las caravanas.

La canasta nuevamente cayó al suelo, pero esta vez fue sobre la fresca hierba verde. Ella también se dejó caer, disfrutando la frescura que el pasto le ofrecía durante algunos momentos, antes de coger la primera prenda de la canasta y alzarse el vestido hasta unos centímetros más arriba de la rodilla, asegurándose de que no cayese a su largo común, con unas pinzas de ropa.

Sus pies se relajaron al entrar en el agua, y pronto sus manos también lo hicieron, dejando entrar junto a ellas una prenda blanca. Entre las palmas de sus manos, la prenda encontró la limpieza rápidamente, mediante movimientos expeditos.

Así fue que comenzó a lavar. Las prendas limpias eran dejadas en ramitas de árboles generosos, que prácticamente se acercaban a ella sin que lo notara, para hacerle la tarea más fácil. La luz que se colaba por entre las copas de los árboles rozaba su piel pálida, casi acariciándola, lo mismo que la brisa. La naturaleza se mostraba cándida para con ella. El agua salpicaba su vestido, mojándolo poco a poco, en diferentes sectores. Françoise esperaba no estar muy mojada para la hora de comer, con un rayo de luz en sus ojos. Estando allí no le costaba sonreír para sí misma, y el agua era el único motivo que podía hacerla sonreír en momentos difíciles como ese, en que ni siquiera una canción borraba de su mente el tono verde de los ojos del británico.

Fue mientras lavaba una falda que la brisa, juguetona, le arrebató su sombrero, llevándolo con movimientos circulares al interior del bosque. La gabacha soltó un suspiro y olvidó que alguna vez había tenido un sombrero blanco. Era seguro que no lo volvería a encontrar.

Al tomar la siguiente prenda, sin preocuparse en mirar de qué se trataba, sintió un leve cosquilleo, caliente, en su mano. Lo ignoró y aferró entre sus dedos la tela. Al alzarla, un fuerte dolor se apoderó de su mano. Era como si dos filosas agujas penetrasen su piel y su carne. La francesa, presa del dolor, cayó al agua, quedando completamente mojada. Vaya, y no traía nada para cambiarse.

Al asomarse con cuidado a la canasta, pudo verle. Una pequeña bolita de pelos corría atemorizada por sobre las prendas. ¿Cómo había llegado hasta ese lugar? Era una buena pregunta, que no tenía respuesta alguna que fuese lo suficientemente convincente. Los pelos del roedor se mostraban erizados. Si ella había tenido miedo, el hámster estaba evidentemente aterrado. Con ternura de madre, la francesa introdujo su mano en la canasta, y dejó que el roedor la oliese y la reconociese.
Poco tardó el animal en treparse a su mano y dejarse acariciar por la gabacha mojada.

- Tiempo sin vernos, mon petit~♥ - Sonrió, acariciando con un dedo la cabeza menuda del animal.

Cualquiera que le viese en ese lugar, mojada como estaba, acariciando al animal, y tocada por la naturaleza en pleno, habría pensado que se trataba de la diosa Artemisa, disfrutando la luz del mediodía en aquel mundo perdido.

Un rayo de sol hacía que su cabello destellara de forma deslumbrante, separándose en hilos de oro que dejaban caer algunas gotas de plata. Gotas de agua que resbalaban por su piel o caían libremente desde su cabello, brillando cuales gemas en el camino hasta la verde hierba.
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Mensaje  Arthur Kirkland Sáb Oct 29, 2011 6:19 pm

Soltó las alas de la hembra de pegaso, tras lo cual ésta las extendió en toda su amplitud, como si verificara que estuviesen en buen estado, para luego mover la cabeza contenta, agitando las crines negras y soltando un suave relincho.

-Tú sí estás contenta.- le sonrió con dulzura al animal. Dobló la tela que antes protegiera las alas y la dejó al pie de la roca, con la intención de usarla como una manta sobe la que sentarse. Quitó las riendas al animal, quedando prendado de las pestañas de éste y de su calor. Un resoplido, junto con un batir suave de alas, le regañaron por haber tratado de aquel modo a la gabacha. Ambas mujeres se apoyaría siempre, al parecer, y Arthur lo notaba. Su mascota no era suya, a pesar de que él la alimentase y la cuidase.

Acarició el costado del hocico de Critao con melancolía. Cerró sus ojos y se abrazó al ser fantástico con un suspiro. Estaba cálida, tan cálida. El batir de las alas, leve, se mantuvo unos segundos antes de que lentamente las plumas tomasen la dirección de frente y se estirasen hacia el hombre, sin llegar a tocarse nunca, pero si manteniendo el gesto. Gesto que el británico, desde su punto de vista, no pudo apreciar.

Entonces fue que realizó la acción por la que se internara en el bosque, aquella que no podía dejar que nadie viese porque claro, él era un caballero y los caballeros no tienen ataques de furia.

Agarró fuertemente las crines de Critao y las movió de lado a lado, con brusquedad, cerrando sus ojos y apretando sus dientes fuertemente. Pateó el piso de pura rabia, antes de que un par único de lágrimas vergonzosas cayesen por sus mejillas, sintiendo Arthur todo su recorrido por su piel y las cosquillas que realizaban, hasta detenerse en su mentón, lugar del que se las secó con fiereza, para luego rasguñarse su propia cara, clavándose las uñas.

Su corazón se paralizó un par de veces, advirtiéndole que, aunque aquellas no fuesen las carpas del circo, se encontraba aún en el territorio del mismo, causándole punzadas de dolor en el pecho que él simplemente ignoró. Las groserías que se acumulaban en su mente eran la causa de aquel malestar, y aun su rabia, dirigida de manera tan concentrada hacia una persona, lo era más.

Critao retiró sus alas, paralizadas cuando al británico le diera por agitar tan bruscamente su cabeza. Se acercó un poco al inglés y lo miró, más el rubio golpeó con sus puños la grupa del animal.

-Shit…That bitch…- Era estúpida su rabia, pues no tenía un motivo base. Claro, se había mostrado débil frente a la mujer y en un poco antes ella había podido ver su lado sensible, aquel que tan bien ocultaba cuando se trataba de matar a alguien a sangre fría. Sólo hacía falta su determinación. Y ella era testigo de eso, y el saber que su rabia estaba influenciada por su sentido del orgullo le hería el poco que le quedaba.

Al fin suspiró, ya cansado y arrepentido de haberle hecho daño a la paciente Critao.

-I...I...am sorry...but just for this one.-
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Mensaje  Françoise Bonnefoy Dom Oct 30, 2011 9:30 am

La gabacha de ojos morados se sentó en la hierba. Mojada como estaba, ese era el mejor lugar donde podía estar. Los rayos de sol que se colaban por entre las ramas de los árboles, le ayudaban a secarse tranquilamente.

En su mano, el pequeño hámster olfateaba su piel, recorriendo su palma completa. Parecía un poco asustado aún, aunque mucho menos que en un comienzo. La francesa volvió a acariciarle la cabecita, desordenándole un poco los cortos cabellos. Las patas del animalito le hacían cosquillas, por lo que la sonrisa en su rostro se debía tanto a eso como a su encuentro.

- Petit… ¿Cómo es que llegaste a este lugar? ¿Dónde está tu dueño? – Aún sonriendo, la joven cantante se dirigió al animal, que contestó con una pequeña mordida en el dedo de la mujer.

Ella simplemente lo dejó en el canasto, excusándose con el argumento de que debía proseguir con el lavado. Nuevamente se metió al agua, hasta que ésta le cubrió los tobillos, y siguió lavando sus prendas, con una mirada un poco ausente, que reflejaba sus pensamientos. Los pájaros trinaban, alegrándola un poco en su lavado. Algunas avecillas curiosas se le aproximaron cuando alzó la voz y comenzó a cantar en francés. Sólo un pájaro se apoyó en su hombro y la acompañó en su canción, que era complementada con pequeños trinos de los demás, los que se apoyaban en las ramas en las que previamente ella había colgado las prendas limpias.

La francesa no tardó en reconocer al pájaro que se había posado en su hombro, y cantando, le acarició las plumas de sus alas, levemente estiradas al trinar.

- Pierre~! ¡Ha sido tanto tiempo! Creí que te había perdido, mon petit~ Pero estabas muy bien acompañado con los demás pájaros, ¿verdad? – Alegre, la gabacha acarició el pecho hinchado del pájaro de plumas amarillas.

Cantando, la francesa continuó lavando acompañada en su canto por el pájaro y las demás aves que poco a poco se iban sumando a la melodía. Su cabello aún estaba mojado, y su trenza un poco desarmada, pero su belleza se mantenía viva en aquel desorden de hilos dorados.

Lejos ya estaba su sombrero, volando entre los árboles gracias a la brisa. La cinta que lo adornaba se iba deshilachando en los troncos que rozaba, dejando retazos de tela en su camino, que marcaban la dirección en la que la mujer de ojos morados se encontraba, cantando en su lengua materna, tan lejana y hechizante. El blanco sombrero en tanto, se acercaba al británico dando vueltas en el aire.

Al menos ya estaba en el área visual de la pegaso, dejando en el aire la esencia de su propietaria. Aquel aroma frutal que tan dulce y a la vez venenoso se hacía para el hombre que lo sintiera.

Françoise nunca quiso causar la perdición de aquellos hombres que conociera, pero sabía que se habían peleado más de una vez en el prostíbulo por ella, por obtener una noche sintiéndose invadidos por su aroma. Y sabía que varios habían muerto en aquellas riñas por conseguirlo. Se le hacía difícil entonces pensar, mientras lavaba, que el británico no fuese otra más de las víctimas de su piel, de su aroma. Pero ella no quería que fuese así. Quería que, esta vez al menos, fuese especial. Que al fin pudiese sentirse amada. Hasta que se pelearon y ella emprendió la huída. Su voz se frenó en seco.

Pierre la observó con curiosidad, e incluso el hámster trepó hasta la orilla de la canasta para verla. Las lágrimas nuevamente bajaban, ardientes, por su piel, sin que ella se preocupara en secarlas. Las dejó correr, bajar libres por su rostro, y luego caer hasta el agua pura. Por un segundo, pareció que la vida misma se detenía en el sonido de sus lágrimas mezclándose con el agua del riachuelo. Un sonido amargo, azul. Lágrimas brillando, cayendo al agua y perdiéndose con su esencia en el arroyo. Luego, la joven retrocedió hasta apoyarse en un árbol. Pierre se apoyó en una ramita cercana a la francesa, que había dirigido su mirada triste pero enternecida hacia el hámster, y luego al ave. Los demás pájaros estaban expectantes. Françoise cerró sus ojos y suspiró.

- Lo lamento… Es todo culpa mía. – Sonrió tristemente, estirando su mano hacia Pierre y acariciándole la cabeza. El ave inclinó levemente su cabeza hacia la derecha. – En realidad, ese anglais tiene la culpa al haberme tratado de esa forma…
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Mensaje  Arthur Kirkland Sáb Nov 05, 2011 3:00 pm

El agua salada lucía su falta de brillo en aquella penumbra de color verde. En números pares descendía desde su vertiente y se secaban en el camino, debilitada a causa de la superficie que recorría, la que la absorbía, disminuyendo su tamaño. Una fracción suya pudo llegar a un quiebre en el paso, por el que se coló. Arthur saboreó la salobridad, para reírse como lo haría un traga-espadas con uno de sus instrumentos en la garganta. Que cruel había sido, dañando de ese modo al mágico ser que se distraía por el color albo de un accesorio un tanto roto por las ramas que había encontrado en su trayecto, cuando fue llevado por el viento –aquel que el mago pretendía controlar en cuanto se recuperase- desde el riachuelo que se internaba en el bosque y servía a quienes paseasen por el circo. El inglés sonreía con dolor. So cruel with a pure being. Sin embargo, sonreía. Sonreía porque esa era la primera regla de aquel circo, porque si se perdía en la ira que sentía no importaría que al fin le hubiesen entregado las llaves de su cabaña, no importaría si encontraba a la francesa ni tampoco importaría que debía mejorar sus malabares con bolas de fuego porque éstas tendían –él no era el culpable de que siempre alguien lo distrajese- a escapar de sus manos. Porque moriría antes de llegar siquiera a la linde del bosque; aquel corazón de metal se detendría y soltaría sus propias piezas; como si se tratase de un niño que desarma un reloj. Estas se le incrustarían en los pulmones, en su carne, y lo matarían desde dentro si es que lograba de manera milagrosa –y tratándose del británico, tal vez lograse mantenerse vivo con el calor de un incendio provocado aunque ningún corazón bombease su sangre- tenerse en pie. Y si esto no funcionaba, aquel aparato de Satanás simplemente se detendría en su lugar, pesándole como el plomo y apretando sus emociones, hasta que sus ojos se le saliesen como si se tratase de una muñeca, de un juguete. Arthur prefería la muerte antes de que vetas de agua, sal y sangre recorriesen su rostro frente a los demás.

Deseaba beber, no en vano tenía en su morral –uno viejo que encontró en la parte posterior de la cabaña asignada, entre leña húmeda: aún no entraba a la edificación- una figura de mujer que ha muerto ahogada; con el agua en los pulmones. Aun se abrazó al hocico de la apacible pegaso un momento más, sin visualizar lo mismo que las pupilas negras; daba la espalda al sombrero de la gabacha.

Bebió con parsimonia al principio, retirando el agua de los pulmones de la mujer ahogada. Era su salvador; bebiendo de su esencia la mantenía viva. Estaba cansado, ¿para qué seguir manteniendo con vida la lujuria de la mujer? ¿Para qué continuar bebiendo de ella? ¿Por qué la necesitaba? La única luz de alegría en aquel lugar. O al menos la única que el británico hubiese encontrado. ¡Era su culpa, por cerrarse de ese modo a los demás! Por no aceptar la compañía de otros era que el único trozo de madera al que podía aferrarse para mantenerse en vida –en vida, no con vida- delimitaba sus formas con ropas seductoras, enmarcaba su rostro con trenzas de sol y observaba la realidad con pétalos de pensamientos; así de suaves parecían los morados de la mujer. Si hubiese sido un poco más agradable con los demás tendría algún amigo que escuchase sus penas, de modo que éstas no ayudasen al –Devil’s Heart.- a matarlo lentamente.

¿Cruel con un ser puro? Ellas están aliadas. Le contará todo y Françoise se burlará de mí. No es pura, por tanto. Pero si se le acercó tan dócilmente, ¿Françoise es pura? ¿Puede ella ser pura?” La botella ya llegaba a la mitad: ahora más que antes las curvas del vidrio se convertían en cintura y cadera. “Si es más pura que yo, sería por la actitud.” Pero Kirkland no lo asimilaba todavía, las palabras aparecían inconexas en su mente. Ultima vez que se tomaba un litro de tequilla sólo. Ardía horriblemente, a pesar de que la bebida se le antojaba exótica de algún modo. Los pulmones vacíos de la mujer, los suyos frenéticos por salir de su pasividad. Todo olvidado, menos un conjuro. ¿Así se sentiría que las lenguas del fuego se deslizasen por tu garganta? ¿Tan fuertes como la acidez de una emoción líquida que se deja añejar, reposando en la mayor de las –supuestas- indiferencias? Qué solitario se sentía, sus amigos lo abandonaron, incluso en aquel reino que les pertenecía. O tal vez se habían extinto siglos atrás, cuando el primer maldito sonrió.

Ni siquiera aquella alma que él creía presentir de vez en cuando –cada vez más de vez en cuando- revelábase. ¿Podría algún día invocar un alma, ya fuese desde los cielos o los infiernos? Para que malgastar esperanzas en una persona muerta, en una promesa de amor incorpóreo y desdichado. ¿Dónde estaba él cuando las manos masculinas se cerraron en torno a su cuello? Bebiendo su conformidad de mala muerte. Tocando con los labios células de piel –porque decir que besaba a una amante era darle mucho mérito a esos encuentros- arrugando un trozo de papel con letras suspendidas.

Arthur temía dos cosas en su situación. Que su deseo por la francesa fuese sólo aquello; una satisfacción a su única distracción epicúrea. Que su deseo por la francesa fuese real.

Todos terminamos muertos, más incluso los que llevaban la vida que ellos eligieron voluntariamente. ¿Quién decía que reír y sonreír eran buenos para la salud? Se dice que la gente que sonría vive más tiempo. Pero allí estaba ese morral café. Un nuevo dueño.

¿Cuánto duraría su sentimiento? Una vez acabado ese sueño tendrían que soportase mutuamente el resto de sus inspiraciones, con un rencor sordo –pues así lo preveía el británico, que no podrían acabar como buenos amigos- y la noción de que el otro conoce tus secretos.Y si durase para siempre… la imagen de ambos le era difícil de vislumbrar. Vivenciando por décadas.

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Mensaje  Françoise Bonnefoy Sáb Nov 12, 2011 6:41 pm

- Supongo que si dejo la ropa aquí no la robarán. Bueno, ustedes podrían encargarse de eso, ¿verdad~? – Sonrió al acariciar el pecho de un petirrojo.

Cogió la canasta en la que el hámster corría nervioso por la sensación que le provocaba ser alzado y, con Pierre apoyado en su hombro, cruzó el canal. El agua nunca pasó de sus muslos, así que no tuvo problemas con cruzar esa masa de agua.

- Bien, pequeños, vamos a buscar algunos frutos para preparar la merienda de esta tarde, oui~? – Sin perder su sonrisa, comenzó a avanzar por entre los árboles. Quizá si tenía suerte encontraría su sombrero y podría cocinar algo delicioso para la merienda. Sólo si tenía suerte.

Y probablemente aquel gitano le estaría esperando con los brazos abiertos… Por difícil que fuera, la situación estaba gustándole. Ella misma administraba sus tiempos y manejaba el hogar de aquel hombre solitario. Cocinaba a su propio gusto, no tenía que rendirle cuentas a nadie, y además el tipo le colaboraba lavando los platos. Pero no tenía la aventura de vivir con más personas, de tener que preparar una cacerola grande de comida, de tener que barrer por debajo de las camas y hallar miles de cosas, de tener que… Sortear la limpieza del baño.

Extrañaba la vida en su cabaña, pero debía reconocer que la estaba pasando bien, llevando una vida mucho más ordenada.

Sus manos se deslizaron hábilmente entre unos arbustos y logró sacar algunos arándanos. Pierre le trajo volando unas cerezas. Entonces simplemente siguió internándose en el bosque, sin saber que aquel británico estaba tan cerca.

La próxima víctima fue un manzano, y luego un cerezo al que tuvo que treparse para sacar las mejores cerezas. Un queque de frutos rojos estaría genial para esa tarde…

Por eso estaba en peligro. Por un queque de frutos rojos. ¿Quién diría que la ira del hombre haría que el bosque fuese tan peligroso? ¿Tanto odio sentían los humanos por los animales? Si así era, ¿por qué Françoise se llevaba tan bien con ellos y caminaba por el bosque sintiéndose tan libre entre ellos?

El canasto cayó. Pierre pió en desesperación.

Dolía. Como un condenado. Un gemido lleno de dolor escapó de su garganta. No. De su alma.

La sangre comenzó a cubrir la hierba, mientras la francesa se retorcía a causa de esa punzante dolencia. El verde teñido de rojo. El morado teñido del azul del dolor. ¿Quién diría que caería en una trampa tendida por humanos? ¿Aquel ángel corrompido en una situación como esa? ¡Ha! Usa tus alas ahora, serafín condenado.

Intentó forcejear, pero sólo consiguió causarse más dolor, y abrir un poco más aquella herida. La trampa estaba destruyendo su tobillo, y si forcejeaba –o no lo hacía-, seguramente su hueso se vería involucrado. ¡No! ¡No quería perder un pie! Las lágrimas se desbordaban, celestes de dolor, recorrían sus mejillas en una carrera hasta fundirse con la sangre que avanzaba por el verde de la hierba. Su garganta volvió a ceder, desesperada.

- ¡¡Ayuda!! ¡Ayuda, por favor! – Presa del dolor, como una avecilla atrapada, gimió.

Pierre fue inteligente, y comprendiendo la situación de su dueña, voló no muy lejos de allí, donde probablemente ya habían oído los gemidos llenos de dolor de la gabacha. Se posó en una ramita, y comenzó a piar lo más fuerte que sus pequeños pulmones le permitían.

Ojalá que Arthur le hiciese caso, pues de lo contrario, probablemente Françoise perdería su pie.

- Ayuda… Quien sea…

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Mensaje  Arthur Kirkland Jue Nov 24, 2011 6:37 am

-¿Q-qué…te sucede- Critao se movía nerviosa, había sentido el llamado de auxilio que su amo se empeñaba en ignorar, embotando sus sentidos en alcohol. Dobló su cuello en dirección contraria al inglés, quien la obligaba a voltear su cabeza. Pero la pegaso continuaba en sus treces de dirigir su mirada hacia donde antes había visto el color blanco del sombrero francés, obligando a que el británico, sujeto con firmeza a su cuello y a sus crines, fuese sacudido violentamente.
-¡Quieta! ¡Te dicen que te quedes quieta! Seguro que si ella estuviera en mi lugar ya habrías obedecido.- Su entrecejo se frunció, claramente molesto por la actitud del animal y por el repentino razonamiento. Intentó nuevamente obligar a la bestia a dirigir su mirada hacia él, pero un nuevo movimiento brusco por parte de ella lo hizo tambalear.

- Tenemos que buscarla, quédate quieta para que llame a los espíritus de éste bosque maldito.- Critao golpeó el suelo con una pezuña, molesta. Como si ella no le estuviese mostrando el camino hacia la francesa. Malditos relinchos, si tuviera voz humana ya habría llevado al británico hasta la mujer de cabello de trigo maduro, pero ése imbécil no la escuchaba ni veía a Pierre que se hacía oír hasta la China. Pero claro, entre animales se entendían.

Critao intuía que, de haber sido la gabacha la que hubiese estado en el lugar del británico, ya le habría prestado atención y ya habría ido en su ayuda o en busca de auxilio externo. Pero no podía dejar que por culpa de un humano tonto otro no tan tonto continuase lastimándose, como percibían sus oídos. Sus orejas se movían constantemente hacia atrás, agachándose, para luego incorporarse e iniciar nuevamente ese movimiento nervioso.

Fue entonces que Pierre se posó en su lomo, harto ya de que no le prestasen atención, contrastando el color del pelaje y del plumaje. La monocromía de sus amos.

Su piar fue claro y preciso y Critao se movió aún más bruscamente, retrocediendo hasta que el rubio la soltó. Se dio la vuelta presurosa, levantando sus patas delanteras, principiando un trote. El ave voló desde su lomo y se dirigió hacía el británico, esperando transmitir su mensaje, pero éste se hallaba demasiado preocupado por la escapada de Critao. Si corría “sus alas se lastimarán contra los troncos”. Para su suerte, la pegaso no corría ni galopaba, y su trote era lento, lo necesario para que el hombre la siguiera.

Arthur la siguió, corriendo, mientras un desesperado Pierre le chillaba al oído.

-Pípipi pî pipî pípi pi. Pipipí pîpi pípipipipi.- Hasta acento francés parecía tener el endiablado pajarraco ese, pensaba Arthur, imposibilitado de espantarlo o de impedir que lo siguiera debido a su carrera.

-¡¿Y tú que quieres?!- Desviando su mirada para recriminar al pájaro, vio un color blanco inusual en el bosque. Se detuvo lentamente, hasta detenerse por completo y dirigir su atención al impreciso objeto, tratando de descubrir que era. Se acercó y al tenerlo en sus manos lo reconoció. A su alrededor todo estaba calmado y algunas avecillas llamaban a su compañero domesticado a unirse a sus coros, pero Pierre con su plumaje blanco continuaba vigilando a la única posible salvación de su ama.

-Yo… conozco este sombrero… pero ¿de…de dónde?- Pensaba, hacía memoria. ¿En su antiguo departamento, lo usaba alguna de sus parejas nocturnas? No. ¿En el circo, entre los espectadores, o tal vez a alguna circense tocada con él? Oh, ya recordaba, lo había visto en un perchero, en una cabaña tiempo antes, cuando lo invitaron a comer y se sirvió un delicioso omelet un poco quemado. Fue como si las sombras que antes lo acecharan y que él apenas conseguía recordar como una historia ajena a él, pero irremediablemente conectada a sí volviesen tras sus pasos. ¿Antes aquellos gorjeos le parecían amigables? Debía ser el alcohol el que le hiciera oír mal. ¿Era idea suya o la temperatura había descendido?

Se volteó hacia el ave, aún algo mareado por el movimiento de su cabeza y por la carrera tras el animal que ya había perdido de vista “Bloody hell!! ”, obviamente causada por el trago de hace un momento. Pero sus efectos parecían disiparse. “Ella, aquí. ¿Pero dónde?” quería y no quería verla. Continuó su camino, esta vez a un paso calmado, siguiendo el rastro dejado por las alas que el ser mágico había dejado en los matorrales al abrirlas inconcientemente. Aquí y allá se divisaban plumas arrancadas.

Hasta que escuchó la voz de la mujer, y la divisó, sin ver aún la trampa.

Cuando la vió, cualquier efecto del alcohol se esfumó. Abrió los ojos sorprendido. La sangre, el pasto manchado, el hierro, ¿eso no era óxido, cierto? Se acercó a la mujer casi corriendo, para detenerse inmediatamente a su lado.

-Are you OK?- No tenía tiempo de pensar, y de sólo pensar que no tenía tiempo de pensar lo hacía. ¿No la había intentado matar unas noches atrás? ¿No era éste el momento propició para ello, para deformarla, para convertirla en nada? ”Pero no, Arthur, estás hablando de un ser humano. De Françoise. Su rostro se mostraba nervioso, espantado, pero la idea era tan tentadora. Nuevamente.

Sentía náuseas y las manos comenzaron a temblarle. No, no se sentía bien y los ánimos de venganza se le esfumaban. ¡No era esa la clase de encuentro que tenía planeada! Tal vez sí discutir, enojarse entre ellos, pero no verla en tal estado y con la posibilidad más que clara de perder un pie.

Arthur quiso estar junto a ella, apoyarla de algún modo. ¿Cuánto tiempo llevaba así? ¿Dónde estaba él? ¿Emborrachandose? Ya ni recordaba por qué estaban peleados, únicamente importaba como ayudarla, como evitar que ese instrumento continuase penetrando y cortando su carne, incluso llegó a desear estar él en su lugar. Sí, el rubio por una vez se olvidó de su propio bienestar y deseó, sin pensar en el daño que habría sufrido en ese hipotético caso, estar en el lugar de la gabacha y ser él quien estuviese atrapado. Porque sentía que él sí sabría que hacer.

Se arrodilló a su lado e intentó abrir la trampa con las manos, pero era demasiada la presión que ejercía como para separarla siquiera de su presa.
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Melodía del Mediodía [Privado ~ Arthur] Empty Re: Melodía del Mediodía [Privado ~ Arthur]

Mensaje  Françoise Bonnefoy Dom Dic 18, 2011 6:45 pm

La trenza que recogía su cabello estaba a medio deshacer cuando aquella figura borrosa se presentó frente a ella. Las lágrimas y el debilitamiento provocado por la pérdida de sangre habían hecho que la visión le fuera dificultosa. El dolor se mantenía presente en su cuerpo, y parecía extenderse por su pierna desde la herida que seguía abriéndose.

- Ça fait mal… – murmuró como respuesta a la pregunta del británico, sin reconocer el timbre de voz a causa de que sus sentidos se perdían gradualmente. – Ayúdeme… S’il vous plaît…

Cuando el joven intentó abrir aquella trampa que aprisionaba su pie con tanta fuerza, la francesa se estremeció por culpa del dolor, sintiendo que ahora la sensación de presión se incrementaba aún más. El pensamiento de llegar a perder su pie se hizo presente con más fuerza.

- N-No deje que pierda mi pie, monsieur… – susurró con voz temblorosa. – Haré lo que sea necesario pero no deje que eso ocurra...

La joven tragó saliva al acercar su mano a aquella condenada trampa, que en su mente se ganaba todas las maldiciones concebidas y las que aún no se habían creado. Al ver sus dedos, la sangre le pareció tan roja que por un momento creyó que definitivamente iba a desmayarse.
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Melodía del Mediodía [Privado ~ Arthur] Empty Re: Melodía del Mediodía [Privado ~ Arthur]

Mensaje  Arthur Kirkland Vie Ene 06, 2012 2:38 pm

Traga saliva al tiempo que un escalofrío lento y persistente lo recorre desde la base del pie hasta la mitad del estómago, mientras su cerebro asimila el que aquella trampa podía romper el pie de la mujer y, más allá de eso, de que aquella acción significaba un gran, gran dolor. ¿Qué podía hacer? Si la trampa tuviese alma recurriría a un trato; le entregaría la vida de Critao a cambio de liberar a la mujer. Era una víctima más suculenta que aquella presa inesperada. Si Arthur hubiese encontrado la herramienta antes, en algún recorrido, y la hubiese examinado con curiosidad y cuidado tal vez hubiese descubierto parte de su historia; tal vez quien la colocó allí volviese todos los días a revisarla o tal vez la había olvidado. O tal vez, y por extraño que pareciese, Arthur luego pensaría que esa era una opción más que acertada, el dueño de aquel instrumento de metal ya no estuviese en ese mundo como para revisarla; un vistazo más minucioso le habría respondido a la pregunta de cuanto tiempo llevaba en aquel lugar, pero ese no era el momento. Tal vez invocar al espíritu de aquel fatídico instrumento sirviese de algo, si realmente llevaba a cabo el trueque, pero para que la trampa tuviese tal esencia necesitaba una historia y Arthur la desconocía por completo, por lo que reaccionó de manera más pragmática; se quitó rápidamente la ropa que cubría su torso y con su camiseta creó un torniquete bajo sobre la herida de la mujer, en el sector bajo de su gemelo, para detener el fluir de la sangre y que la gabacha dejase de sangrar.

- Podemos… intentar… no, es estúpido… pero un trueque… eh… la sangre… trabar…una piedra… ¡sí, una piedra! - El británico susurraba para sí mientras continuaba arrodillado junto a la francesa tras detener el flujo sanguíneo moviendo sus manos lo más rápido posible. Miró a su alrededor buscando una piedra que colar entre los dientes de metal para que ayudase a los huesos femeninos a resistir la fuerza de cierre de estos, encontrando una que creyó le serviría a unos pasos de donde se encontraba, estirándose para poder alcanzarla. Al tenerla asida entre sus dedos la acercó rápidamente empujando las hojas secas que en su trayecto pasase a llevar, para luego colocarla cerca de uno de los extremos de la trampa, allí donde aún no se cerraba por completo la trampa y la empujó con fuerza. A su vez la piedra empujó el metal que se abrió lentamente, pero…

-¡Auch!- La piedra pasó de largo, provocando que en primer lugar la trampa se cerrara de vuelta a su antigua posición y de paso lastimase los dedos de Arthur. El inglés reaccionó rápidamente y por ello únicamente se había cortado la carne de los dedos, sin comprometer las falanges por poco. Al menos había funcionado su improvisado método, aunque debía llevarlo a cabo con más cuidado.

Volvió a entrometer la piedra –del tamaño de su puño aproximadamente- entre los dientes metálicos, dejándola esta vez trabada cuando logró separar un par de centímetros ambas partes de la trampa: al menos de ese modo el daño provocado no incrementaría. Luego se dirigió hacia el eje que unía ambas piezas metálicas. “Tal vez… tal vez pueda fundirla”, cogiendo la barra que atravesaba ambos extremos por el centro; aquel debía ser su punto más frágil. El pie de la mujer le estorbaba, pues por la posición en que estaban, aquel punto de la malvada herramienta de cacería –y que seguramente la rubia pisó, provocando que ésta se cerrara, aunque los detalles los pediría después… si esto no significaba recordarle a la mujer el como perdió su pie- estaba demasiado cerca de ella y de utilizar una llama directa podría dañarla.

Al fin Arthur empuñó la vara, tocando con su muñeca la herida de la mujer y manchándose con la sangre de ella. Comenzó a recitar palabras en un idioma antiguo, apresuradamente, mientras la capa de sudor frió que se había formado desde que divisara a la mujer comenzaba a resbalar por detrás de su oreja. Sus dedos emitían un calor quemante que Arthur no se molestó en controlar ni siquiera para evitar quemarse él. Hasta que al fin la barra cedió, aflojándose la presión ejercida por el instrumento de caza, el que Arthur procedió a desarmar ahora que no tenía un eje central que lo mantuviese unido. Uno de los lados no fue problema, pero el otro… la trampa quedó aprisionada de un lado debido a una plancha de metal redonda que le impedía salir por el agujero por el que se instalaba el eje, pero con lo conseguido Kirkland al menos pudo retirar con cuidado la pieza de metal y arrojarla unos centímetros de distancia. Con gusto se habría dejado caer de espalda, pero ahora debía encargarse de la herida de la mujer, y de la suya propia, la que, pasada un poco la adrenalina, comenzaba a dolerle.
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Melodía del Mediodía [Privado ~ Arthur] Empty Re: Melodía del Mediodía [Privado ~ Arthur]

Mensaje  Françoise Bonnefoy Lun Oct 08, 2012 3:40 pm

Françoise cerró sus ojos púrpura, empañados por las lágrimas de dolor. ¿Podía ser que el mundo hubiese conspirado para lograr que Arthur llegase a ella usando como base una trampa oxidada y probablemente olvidada en el tiempo? La gabacha aún no lograba reconocer el timbre del joven; pero al menos sabía que quien fuese que le ayudase estaba haciendo bien hasta que la trampa volvió a su posición inicial, desgarrando a su paso un poco de carne. No gimió ni se quejó. Cerró los ojos con fuerza y así se mantuvo, las lágrimas resbalando por su rostro, serena.

Sintió que el hombre nuevamente intentaba intervenir en su desgraciado destino, ahora siendo exitoso. Era terriblemente doloroso sentir el hierro de la trampa saliendo de su piel, profanando su carne y su sangre con el óxido y la humedad de su abandono. A veces todos podemos ser como aquella trampa, y obstaculizar nuestro propio camino, recordó la francesa, intentando distraerse con razonamientos en vez de seguir pensando en el ahora y en el dolor que le provocaba aquel artefacto. A veces las trampas son los problemas que aparecen en nuestro camino en la vida por estar demasiado distraídos, a veces, con cautela, logran ser previstas y evadidas a tiempo. Otras veces, simplemente caemos en ellas como niños inocentes que no lo esperaban por ser demasiado inmaduros o traviesos.

Quizá esa trampa era para la gabacha como una vuelta de mano de parte del karma. ¿Por qué no? Ella se había comportado mal muchas veces. Era la ocasión perfecta para golpearle con una situación como esa. Dejarla inmóvil quién sabe por cuánto tiempo. Que no pudiese bailar ni presentarse por un periodo indefinido de tiempo. Que no pudiese salir, lavar la ropa o cocinar. "Perfecto, Vida. Tienes todo aquello que querías. Al menos no te llevaste el premio mayor."

Entrecerró sus ojos al sentir su pie libre al fin, pero doliendo mucho más de lo que hubiese esperado. ¿Quién era el que la estaba ayudando? ¿Curaría su herida al menos? Porque hasta ahora había sido un total caballero; un salvador. Ya podría pensar en lo que haría para agradecerle, pero por ahora la pérdida de sangre era un obstáculo para ayudarle en la curación de su herida. ¿Quién sería? ¿Acaso...?

- ¿Arthur...? - Con las pocas fuerzas que le quedaban, logró articular aquel nombre que siempre le había parecido hermoso; aquel nombre tan propio de un rey, de alguien digno y valiente. Aquel nombre que amaba no sólo por su belleza, sino por cierta persona a quien esperaba encontrar a pesar de que le hubiese hecho sentir como una prostituta nuevamente. Sólo por el placer de volver a verle; a él y a sus ojos de eterno verdor.
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Melodía del Mediodía [Privado ~ Arthur] Empty Re: Melodía del Mediodía [Privado ~ Arthur]

Mensaje  Arthur Kirkland Mar Oct 09, 2012 4:09 pm

Arthur envolvió la herida con la camisa con que antes aplicara el torniquete. A pesar que la sangre comenzó a mancharla, prefirió no darle prioridad a la herida entonces. Ya podría hacerla sanar en un futuro, aunque quizá tomase meses en volver a su estado antiguo. Lo que realmente preocupaba al inglés respecto al corte era el posible daño al tendón. Si éste se encontraba lastimado, o peor, cortado, sería lo mismo que perder el miembro completo.

De ser así, ella no volvería a bailar. Él no la volvería a ver bailar.

Mientras pensaba en esa horrible posibilidad la subió a su espalda, sujetándole las piernas. No se preocupó por el cesto tirado ni por las frutas que tuviera en su interior: ya tendrían tiempo de ir en su búsqueda más tarde. O nunca, el miedo, la agonía y el dolor que Arthur sintiera al ver en ese estado a la francesa le empujaban a largarse y jamás volver.

No conseguía mantener estática a la mujer y el camino no le permitiría ir sin cuidado. Critao, entonces, se acercó por entre los arbustos, dispuesta a ser quien transportase a la mujer.

-Ven... ven.- La llamó intentando cubrir su desesperación. La pegaso se acercó, plegando sus alas un poco más. Con cuidado, Arthur bajó a la mujer de su espalda y la subió al lomo del animal, tendiéndola.

-Buena chica...- Murmuró al animal antes de iniciar el camino de regreso. ¿Conocía un hechizo para sanar? Únicamente los más básicos, y en general se trataba no de hechizos, sino de ungüentos. Ya los elaboraría llegando a su cabaña.

"Maldita trampa" Pensó para sí. ¿Qué hacía allí? ¿Por qué alguien sería tan cruel como para usarla? Lo aceptaba, él era inglés y le gustaba la cacería, pero aquello... Aquello era distinto. La lastimada de Françoise, era él. La vida que cambiaría sería la de ellos. ¿Podría ella volver a bailar? Y él, ¿podría perdonarse el haber llevado a la mujer a esa situación? De no ser por su pelea, o si hubiese detenido a la francesa cuando ella lo dejó, aquello no habría pasado.

Se sentía culpable por aquel mal. Vaya caballero que era. Claramente la culpa era de ella, por ser tan poco precavida y por no haber sabido sortear la trampa, pero él, ¡él! ¡Él fue quien la hizo enfadar, quien le dio la oportunidad para que se fuera! De no ser por él, ella estaría bien, tal vez incluso estarían juntos, en su cabaña, conversando sin imaginar el peligro del que escaparon.

Pero esperen, antes que culpa de Françoise, o culpa de Arthur, la culpa era de quién pusiera la trampa. Porque la gente pelea, está en su naturaleza tanto como el amar, y no es un motivo para ser castigado con una herida de tal magnitud.

Y mientras los árboles cada vez eran menos, Arthur se preguntó nuevamente si podría volver a verla bailar, si le perdonaría, si durante ese tiempo separados le extrañó tanto como él a ella. Si ella estaría bien.
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