En medio de paja y mal olor [Privado: Arthur y Françoise]

Sus pasos distraídos la habían llevado a un lugar oscuro. Tenía un poco de miedo, sí, y debía reconocerlo. Algunas telas sirvieron de obstáculo en su caminar, y de pronto, apenas dándose cuenta, había pisado algo muy extraño. Pensó en una primera instancia que era barro, pues parecía muy fangoso, pero luego se dio cuenta de que no era eso... Un olor repugnante invadió su olfato, al punto que quiso vomitar, y tuvo que apoyarse en la madera que formaba parte de una puerta para mantener oculto a algún animal que no tenía ganas de conocer. Tosió y siguió su camino, sin poder despegarse de aquel hedor totalmente desagradable. ¿Era de elefante o qué? Nunca había olido algo tan malo en toda su vida...

Se detuvo y comenzó a intentar quitarse los restos de aquel desecho biológico con un poco de paja, cuando sintió que algo, o alguien la pasaba a llevar, cayendo en medio del heno destinado a alimentar a un caballo o a una mula. Nunca lo supo, tampoco le importaba aquello. Quería limpiarse de una buena vez y salir de ese lugar que tantos problemas le había traído.

- ¿Te han tratado bien? Te prometo que vendré más seguido.- los ojos verdes de Arthur miraban con extremo cariño a un caballo negro. En medio de la frente tenía un diamante de pelo blanco y en su espalda unas grandes alas plegadas se sacudían de vez en cuando para espantar a las moscas. El británico cepillaba el cuello del pegaso mientras continuaba hablandole. Por la puerta apenas abierta se colaba un poco de luz, pero la iluminación del establo provenía en su mayor parte del techo, donde las paredes y éste tenían una gran abertura con el fin de mantener una buena ventilación. El joven inglés se sentía a gusto en ese lugar encerrado y húmedo, a pesar de que la húmedad en lo relativo a la comunidad humana le pareciera desgradable. En un ambiente como ese, la húmedad era necesaria, al igual que en los bosques.
El pegaso se alteró sin previo aviso y sus orejas se hecharon hacia atrás y se movieron en distintas direcciones. Movio las crines de la cola nervioso y retrocedió unos pasos.
- Tranquilo. ¡Tranquilo! - por más que el chico rubio agarrasé las crines del animal y lo acariciase, éste no dejaba de moverse. Sin previo aviso, se dió la vuelta y corrió en dirección a las puertas grandes del establo, deteniendose ante éstas al ver que estaban cerradas. Arthur corrió tras él y vió a Françoise en el heno, empujada por el animal.

Frunció el ceño bastante molesta y se quitó un poco de paja del cabello. Incluso en su boca había algo de paja... Sosteniéndose con fuerza del suelo, logró levantarse y así sacudirse el vestido. Infló las mejillas recelosa y volteó hasta notar que alguien más estaba allí, y con algunas dificultades logró darse cuenta de que se trataba del caballero británico que ya conocía.

- ¿Arthur? ¿Q-Qué haces aquí...? - Preguntó con un tono que más que preocupación por él, mostraba preocupación por el desagradable olor del recinto, y que surgía prácticamente de su pie. - No esperaba verte aquí...

Tragó saliva y desvió la mirada hacia el montículo de paja sobre el cual había caído. Aún sentía las fibras doradas entre su cabello, y no hallaba la hora de poder quitárselas de encima. Un baño le habría venido genial en una situación como esa, pero ni siquiera sabía por dónde había entrado ni por dónde podía salir. Tenía suerte de haberse encontrado con el inglés, y... Con esa cosa enorme frente a ella. ¿Era eso un caballo? No, daba aletazos enormes. No entendía qué era eso, pero sintió que sería imprudente preguntar, aunque la curiosidad se la comía por dentro.

Al notar que el mago se acercaba a ella, retrocedió lentamente, pues no quería que él sintiera la fetidez que tantas ganas de vomitar le causaba.

- N-No, no pasa nada... No me encontré con él ni nada... - Respondió más nerviosa que agitada, cayendo nuevamente en el montículo de paja. - S-Sólo no te me acerques más... - Acabó por murmurar, ocultando su pie entre toda aquella paja.

Tenía miedo. No quería que el joven británico oliera algo tan desagradable escapando de su propio cuerpo... Entonces, recordó a la pegaso, y su mirada apenada se dirigió hacia aquel animal. Entrecerró los ojos, buscando enfocar entre la luz tenue la silueta del animal, y suspiró. Sus mejillas estaban rojas, contra su voluntad, a causa del aroma odioso pegado a su piel y de la vergüenza molesta que éste le provocaba. Infló las mejillas y se hundió un poco más en la paja.

- Con que se llama Critao... - Murmuró, buscando esconder el sonrojo fingiendo que se rascaba la mejilla.

Suspiró y tomó la mano del joven para levantarse. Quizás era mejor que se diera cuenta de que era ella quien traía semejante aroma encima.

- Sí, mejor salgamos... - Bajó nuevamente la mirada y le soltó, caminando hacia la puerta para abrirla, dejando que la luz se colara al interior del recinto. - Es un lindo día, al menos...

Se metió por la rendija que había abierto y salió al exterior de los establos. Entonces miró su pie, totalmente embarrado. Y olía horrible aún, a pesar que adentro era peor.

Las carcajadas del joven sólo hicieron que se sintiera avergonzada, y que buscara ocultar su rostro, mas luego, al verle con aquella rama, no evitó sonreír. Tomando con una mano su falda, y con la otra apoyándose en el británico, dejó que quitara aquellas... Cosas (?) desagradables de su zapato. Esperó curiosa entonces cuando él se desprendió y fue al establo, sentándose en una caja mientras se relajaba un poco. El sol era gentil, y la francesa disfrutaba de él.

Asintió en silencio, y tomando el cepillo, lo hundió en el cubo y limpió su zapato con cuidado. Se le hacía muy duro limpiar con algo tan tosco sus delicados zapatos, pero tuvo que hacerse a la idea y limpiar. Era lo único que tenían disponible, de todas formas. Cuando acabó de limpiarlo, dejó el cepillo junto al cubo y se puso de pie, con su zapato húmedo en la mano. Buscó con la mirada al británico, sólo hallándole al mirar hacia los portones. Suspiró antes de caminar hacia él.

- ¿Qué haces, Arthur~? - Preguntó ya un poco más confiada, al menos sus mejillas ya no ardían y eso se sentía bien.

- Hmm... Quizás la maltrataban... - Murmuró observando hacia el interior.

El saber de alguien o incluso de un animal que había sido maltratado le hacía pensar en ella misma hacía unos años. Bajó la mirada, dejando hablar al inglés.

- Supongo que ya entiendo por qué me empujó... - Soltó una carcajada suave, antes de mirar con un poco de ternura a la pegaso.

Se rascó la cabeza y se apoyó en la muralla entonces, distraída en sus pensamientos, y apenas oyendo la voz tranquila del inglés. Su mano descendió hacia su cuello, rascándose también allí. Se detuvo y observó nuevamente hacia el interior del establo, los ojos de la pegaso cubiertos por aquella mano gentil, y con cuidado, posó también su mano allí, sobre la mano del británico.

- Deberías acostumbrarla poco a poco, no tan bruscamente... Es duro pasar de la oscuridad a la luz tan rápidamente. - Le susurró al inglés, sin mirarlo. Sus ojos estaban pendientes totalmente del animal.

Al sentir las manos de la mujer sobre la suya y su voz susurrando de manera tan tierna, quedo de piedra mirando los blancos dedos. No supo como responder. Sentía esas manos delicadas apaciguando la tosquedad de los movimientos de la suya. Tenía una buena motricidad fina, exceptuando las veces que bebía, pero un tacto tan delicado lo hacía sentirse torpe, brusco, bruto. Un relincho de Critao le exigió una real atención. Un movimiento liberó sus ojos y su nariz se acerco a las manos femeninas para olerlas.
- No te asustes. - el joven inglés íntentó apaciguar su voz, pero le molestaba que Critao mostrase tanta confianza en otra persona. El era su salvador, de algún modo. - Son como los caballos. Reconoce tu aroma para recordarte siempre. la verdad, él sintió que ella ya debía saber eso, su porte lo insinuaba, como si hubiese crecido con las riendas en las manos.
Para no interrumpir ese reconocimiento, y un tanto molesto aún, intentó estirar de a poco las alas del animal.

Su risa fue clara y tranquila, casi como la melodía de un arroyo en primavera. Dejó que la pegaso oliera sus manos durante unos segundos, y luego la acarició con cuidado. No buscaba asustarla, sino llevarse bien con ella. Cuando sintió cierto ambiente de seguridad y un poco más de confianza, se acercó a ella un poco más, de modo que su mejilla se posara en el costado de la cabeza del animal. Era obvia la experiencia de una mujer que en su niñez y en su pubertad había gozado con la equitación.

- Parece que le simpatizo... - Sonrió, acariciando la crin del animal, y luego pasando a acariciar el cuello con cuidado, como sólo una mujer podía hacerlo. - Es una buena chica. - Agregó luego, separándose un poco de la pegaso. - Buena chica~

Depositó un beso suave por sobre la nariz del animal, y notando lo ocurrido detrás, aún sonriendo, observó al otro allá atrás.

- ¿Qué pasa, Arthur~? ¿Por qué no vienes y la sacamos del establo por un rato? ¡Será divertido! - Su sonrisa era de felicidad plena, y al ver que el joven se notaba un poco apenado, caminó hacia él, y le tomó de la mano. - Vamos, vamos~ No seas aburrido.

Lo jaló por la muñeca, buscando llevarle al frente y juntos sacar al animal del establo. Quería compartir esa felicidad que sentía con el británico... No le gustaba verle así de triste. Mientras caminaba, recorría con la mirada el pelaje elegante de la pegaso, e incluso le dieron ganas de cabalgarla como hacía con los caballos en su infancia, cuando aún era feliz. ¿Y no estaba siendo feliz ahora? Claro que lo era, lo que era esperanzador. Quería pensar que podía salir adelante, y quizás acompañada, de ese lugar lleno de locura y gente extraña.

Se detuvo en medio de aquel día soleado. Los rayos de sol hacían resplandecer sus cabellos dorados, pero algo andaba mal. Dejó sus zapatos a un lado y corrió descalza hacia el británico, y con una sonrisa suave lo abrazó contra su cuerpo.

- Arthur... Si ocurre algo puedes decírmelo... - Se aferró a él, sintiendo la tela de la chaqueta ajena bajo sus dedos, sus ojos buscaron los ajenos con ansiedad y suspiró. - Por favor, dímelo... - Casi rogó con un tono sinuoso, acariciándole la mejilla con ternura, y luego desviando la mirada hacia el animal. - ¿Estás tan preocupado por ella? Si le das cariño mejorará, créeme~ - Comentó básicamente para subir el ánimo del inglés, para luego soltarle brevemente y retroceder.

¿Había sido muy impulsiva al abrazarle de ese modo, y sin previo aviso? Temía por la reacción del otro, y eso se notaba en el brillo expresivo de sus ojos morados.

El abrazo lo tomó por sorpresa, pero su cuerpo no reaccionó. La alegría de la joven no lo tocaba. El sol calentaba el aire y el cielo estaba claro. El cabello de ella se movió al separar ella su rostro de su cuerpo para mirarlo a los ojos. Lo soltó y él siguió su trayecto con la vista.
- Un minuto. -Arthur susurraba apenas moviendo los labios.
- Abrazame un minuto más. -Su cuerpo se tambaleo levemente en dirección a la alegre muchacha. Su susurro atravezo el ambiente silencioso. Critao dirigió sus orejas hacia él, escuchando atentamente.

- ¿Eh? - Parpadeó rápidamente, no entendía que le pidieran un abrazo, pero no podía rechazar algo tan simple, tan sencillo como aquello.

Volvió a acercarse, ésta vez mirando fijamente al joven británico y, pasando sus brazos por los hombros ajenos, lo abrazó. Dejó su cabeza descansar en el hombro ajeno y cerró los ojos. ¿Qué era exactamente lo que estaba pasando? Sentía la tela de las ropas ajenas, pero al inglés lo sentía un tanto... Ausente. Abrió los ojos nuevamente, y volvió a buscar las esmeraldas del joven, con ansias, sin dejar de abrazarlo.

Ante el ansiado abrazo, cerró los ojos con fuerza. Apretó a la muchacha, sin dejarla ir. Un minuto más era lo que necesitaba. No abrió los ojos por lo que no pudo descubrir la búsqueda de la chica blanca, pero en cmbio escuchó. El viento se colaba entre los árboles del bosque cercano y el pasto, la respiración de la yegua alada era acompasada y el latir de su corazón... el latir metálico de su corazón, rebotaba en su pecho, restandole horas de vida por sus funestos pensamientos y sumandole días por ese calor que intentaba absorber de la mujer. Pensó en besar su cuello y robarle ese calor, esa vida, tal como había hecho en su primer y, hasta ahora, único acto.
Espero unos minutos antes de darse por satisfecho.
- Gracias. -susurró al separarse levemente de ella, lo suficiente para ver sus ojos con pétalos morados. Sonrió. Sintió que podría adaptarse a esa vida sin necesidad de irse de copas. El pensamiento rapiña que tuvo desapareció.

Parpadeó un tanto asombrada antes de separarse del británico, manteniendo su mirada en los ojos verdes del joven. Suspiró y jugó pretenciosa con una de las mechitas de cabello que enmarcaban su rostro, bajó la mirada y luego volvió a alzarla, sonriendo esta vez.

- La verdad es que no tienes que agradecerme por nada, chéri~ Es un placer poder hacerte compañía. - Comentó cerrando los ojos en una sonrisa casi deliciosa, para luego apoyar sus muñecas sobre los hombros ajenos, mirándole desde abajo. - Yo simplemente respondo a lo que mi cora-... Bueno... -Se tocó el pecho con una mano y tragó saliva antes de continuar. - Respondo a lo que esta cosa que llevo por corazón me pide... Aún tengo sentimientos y una mente clara, supongo que debo estar agradecida por eso, non~?

Dejó entonces al británico y retrocedió hasta la pegaso, acariciándole el lomo herido tiernamente, como si se tratara de su propia piel.

Parpadeó mientras observaba las heridas de la pegaso, luego desvió la mirada hacia el británico, y la rebeldía adolescente volvió a apropiarse de su cuerpo. Al ver que el otro sacudía unas mantas, decidió un movimiento arriesgado: Cabalgaría a aquella bestia. Disimuló por unos segundos, acariciando al animal, y luego, rápidamente, saltó hasta quedar sentada de lado sobre el lomo de la pegaso. Un relincho le advirtió del peligro, y se tomó con fuerza de las crines del animal nervioso, intentando aquietarlo con palabras suaves, dulces, en un francés delicioso, que olía a flores, fruta y chocolate. Poco a poco, el animal se fue amansando por su trato delicado, y sus movimientos ligeros sobre el lomo de la pegaso eran gentiles, sin buscar lucha. Cuando sintió al fin confianza sobre el animal de pelaje negro, le dirigió hacia los establos, buscando asustar o demostrar sus habilidades con los caballos al inglés.

- ¡Arthur~! ¡Ven un segundo~! - Le llamó desde el exterior, montada sobre la pegaso, que más bien parecía indiferente, pero que seguramente esperaba el momento perfecto para derribar a aquella feliz intrusa sobre su lomo azabache.

- ¿Peligroso...? - Continuó montada sobre la pegaso, tomándose firmemente por precaución del pelaje del animal.

Oyó cada palabra sin siquiera alzar la mirada hacia él, con atención y la mirada baja, como la de una persona que es culpable de todo lo que se le acusa y así lo admite. Pero algo le hizo alzar la mirada hacia el británico, sabiendo que estaba molesto, quizás el mismo arrepentimiento le llevó a hacerlo. Apenas lo hizo, soltando por un segundo el pelaje del animal, un movimiento brusco de la pegaso le alertó, pero para cuando quiso tomarse nuevamente con firmeza, el animal había relinchado y se deshacía de ella, arrojándola por su propio peso hacia un lado. El suelo la recibió con dureza, y mientras la pegaso se volvía a meter al establo, la francesa intentaba levantarse con cuidado. Había caído casi como un peso muerto, y la mitad del cuerpo le dolía, además de que buena parte de él se cubría de tierra y lodo. Rápidamente se quejó al hacer el segundo intento de levantarse, pues mover su brazo y su pierna derecha le provocaba mucho dolor. Dejó de intentar levantarse y respiró resignada contra el suelo.

- Merde... - Susurró con un tono adolorido, pero no lo suficientemente alto como para que el británico le oyese.