jugando con un pajarito enjaulado(priv francoise)

En ese instante, la francesa se encontraba fuera de la cabaña, tendiendo algunas ropas al sol para que se secaran más rápidamente en caso de que las necesitase. Las ropas húmedas hacían que sus manos y sus dedos se congelaran. Debía reconocer que hacía un poco de frío, pues apenas estaba comenzando el día.

Ni siquiera supo con precisión el momento en el que una mano tomó con brusquedad su mano, apartándola de la ropa recién colgada. Oyó aquella voz fuerte, exigente, con un ceño levemente fruncido. ¿Pajarito? Ella no era ningún pajarito. Ella era un canario, el mejor que pudiese encontrarse en aquel lugar, según sus pensamientos. Fue arrastrada por aquel lugar, teniendo que dejar que sus pies se movieran rápidamente para igualar los pasos de aquel hombre, que a partir de ahora era su jefe, y que ni siquiera se había presentado formalmente, como era de esperarse.

Notando aquella sonrisa siniestra y el tono aplicado en las palabras, comprendió que tenía dos opciones. Acatar o acatar.

—Oui… —Respondió en voz baja. —Lo comprendo perfectamente, jefe.

Bien se sabía que ella no era del tipo de personas que acatan las órdenes a la perfección; siempre existía algo que era de su invención, su sello, por llamarlo de alguna manera. Era rebelde, y bastante más de lo que podía observarse en aquel momento, y orgullosa también, pero al menos sabía en qué momento estaba mal llevarle la contraria a personas superiores a ella. Bastante bien lo había aprendido a lo largo de su vida, tanto en casa como más tarde, en la casa que durante años la mantuvo caliente, aunque no del todo feliz, dedicándose a aquella profesión que aún no podía borrar de su pasado, y que seguramente nunca borraría.

En cierto momento se sintió observada con escrutinio, y desvió lentamente la mirada. Aquel hombre no era alguien de quién fiarse, y tampoco era muy bonito, lo que hizo que decidiera no llevarle la contraria ni intentar seducirle utilizando aquella arma suya llamada coquetería. Suspiró con profundidad. ¿Y así le pedía que cantara? Muy bien, iba a dejarle la boca en silencio. Si se lo proponía, bien podía cumplir algo así. ¿Y se atrevía a amenazarla?

Aprovechando que había tenido la oportunidad de escurrirse al escenario uno de los días anteriores y ya había tenido la experiencia de sentir la arena de ese lugar bajo sus pies, arena en la que tantos artistas habían experimentado tantas emociones, se paró en el centro de aquel escenario. Ni siquiera se había dado cuenta de que estaba descalza hasta que sintió que la arena le hacía estremecer. Miró superficialmente los asientos vacíos, imaginando a cada una de las personas, detalladamente y en poco tiempo, para luego entreabrir sus labios y comenzar a cantar.

—L'amour est un oiseau rebelle que nul ne peut apprivoiser~—Cantó afinada desde el comienzo, demostrando la capacidad de sus pulmones y su garganta como soprano. —et c'est bien en vain qu'on l'appelle, s'il lui convient de refuser. —Finalizó el pequeño fragmento de la canción, que había cantado mientras se movía con gracia por la arena.

Se limitó a apenas sonreír ante aquella especie de cumplido. Estaba notando lo duro que sería trabajar con alguien como aquel extraño hombre, que le hacía sentir un poco insignificante, aunque ella sabía bien que su estadía allí no sería insignificante para nadie, menos si era ella quién cantaría ópera o lo que fuese en aquel lugar.

Se quedó mirando de frente al hombre, esperando a lo siguiente, a lo que vendría. Si su voz no era suficiente… ¿Qué más podía hacer? Recorrió el espacio que comprendía el escenario con la mirada, esperando pacientemente las palabras de aquel cuyo nombre ni siquiera sabía, al que llamaba sólo “Jefe”. Al fin oyó la idea de su jefe, ladeando un poco la cabeza. Realmente eso le causaba curiosidad. ¿Bajar en una jaula de metal? ¿De verdad la veía como un simple pájaro cantor? Bueno, eso no podía ser del todo malo: Sería un acto especial después de todo.

Al ver el boceto terminado, intentó darle forma… Claro, dentro de la jaula habría todo tipo de lujos. Los diamantes le tentaron un poco, y las plumas le daban un aire extravagante, pues podían ser tanto de cabaret como “de ella misma”. Y con eso se refería a que si ella era un pájaro en su jaula, y las plumas estaban en constante cambio… ¿Desde cuándo desvariaba de esa forma? Dejando eso de lado, asintió con la cabeza, para luego cruzarse de brazos, apretando un poco los labios.

—Jefe, todo eso me parece realmente bien, y es bonito… Y lujoso, claro. Pero dejando eso de lado, me gustaría volver a lo de la canción. —Cerró los ojos durante unos segundos antes de continuar. —¿Qué canción quiere que cante? No creo que Habanera de Carmen esté bien para el tipo de… Escenografía que propone… Oh, y el vestido también me parece perfecto, pero para otra canción. Si no es mucha molestia, le agradecería que me dijera exactamente qué canción le gustaría que interpretase. No creo que le gustara que usase todos esos atuendos magníficos en una escenografía tan elaborada para cantar una canción acerca del amor en medio de la pobreza, pues los lujos que me ilustra no tienen absolutamente nada que ver con una obra como Carmen... Sin ofender, claro.

Todo esto lo dijo con una voz serena, sin buscar pleitos con aquel hombre. Para nada. Le convenía tenerlo de su lado, y una pequeña adulación, algunos elogios, nunca venían mal para esos propósitos tan bien planeados que traía entre manos, pensando en que tampoco la seducción estaba bien en un momento así, con alguien que no le parecía en nada atractivo, y que tampoco parecía interesado en ella. Al acabar de hablar, con cierta curiosidad miró el cabello de su jefe. Sin duda le causaba mucha curiosidad que tuviera el cabello tan largo, pero supuso que los fenómenos de circo siempre debían ser extraños, y que llevar el cabello así de largo quizás le ayudaba en algo.

Hmm... Ciertamente aquel hombre la ponía de mal humor, pero, ¿qué podía hacer? Simplemente comportarse y aguantarlo.

Al ver un cuaderno volar hacia ella, no pudo más que retroceder y tomarlo con un poco de esfuerzo. Su mirada se deslizó por el diseño, bastante curiosa por él. Era sin duda un buen diseño, aunque podría haberse mejorado aún más, pero bueno... Era mejor tragarse los comentarios si no quería ser... ¿Torturada por el hombre? Oh, Dieu, eso no podía permitirlo...

Suspiró al ver que su jefe regresaba desde atrás del escenario con un traje blanco que destelleaba. Pero eso no la asombró, sino el tono que utlizó con ella. Las piernas le temblaron quedamente, antes de mirarlo con un gesto de extrañeza total. ¿De verdad esperaba que así como así se desvistiera frente a él? Bueno, no sería nada complicado o vergonzoso para ella, pero era bastante descarado de su parte.

—Entiendo perfectamente, monsieur... —Sonrió levemente.

Bien podía pasar a ser una pequeña pesadilla, haciéndole una jugarreta amarga cada vez que él buscara humillarla, haciéndolo todo, casi con gusto, y esa sonrisa pequeña y "sincera" en su rostro.

Quizás él, como los demás, sólo quería ver su cuerpo, que ella sabía era bastante codiciado por los varones. Lo que no le gustaba era que la tratasen como basura. Después de todo, ella en algún momento había sido la peor escoria, pero había intentado alzar la cabeza y cambiar de camino, algo que sólo la llevó por la senda de la codicia, y curiosamente la hizo toparse ese circo.

Rápidamente se quitó la ropa, primero la falda, y luego su blusa. Pudo sentir el frío del ambiente rozando su piel, y luego el contacto con esa ropa tan ajena a ella, tan de espectáculo, y repentinamente recordó el cabaret... El prostíbulo. Apartó esos recuerdos de su mente y se acomodó aquellas ropas. Acabó por ponerse el sombrero de copa y miró a su jefe con esa sonrisa caprichosa que a veces se apoderaba de su rostro.

—¿Está bien, monsieur~? —Preguntó con un tono levemente infantil, mientras entrecerraba los ojos con un repentino placer.

Seguramente lucía exquisita. Si hubiera tenido un espejo habría sido perfecto, pero tendría que basarse en la opinión de aquel hombre.